Cuando la llama del amor se apagó definitivamente entre él y su esposa, Masayuki Ozaki tomó una insólita decisión para llenar su vacío. Compró una muñeca en silicona que se convirtió, asegura, en el amor de su vida.
Mayu, de tamaño natural y con un aspecto muy realista a pesar de su mirada vacía, comparte su cama en la casa familiar de Tokio, donde también viven su mujer y su hija adolescente.
“Las mujeres japonesas tienen el corazón duro. Leí un artículo en una revista sobre el tema de estas muñecas y fui a ver una exposición. Fue un flechazo”, suspira Ozaki, que pasea a Mayu en silla de ruedas, le pone pelucas, la viste y le regala joyas.
Como él, muchos hombres poseen en Japón este tipo de muñecas, llamadas “rabu doru”(muñeca de amor), sobre todo viudos y discapacitados, y no las ven como simples objetos sexuales sino como seres con alma.
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