¡Ah, las bucólicas, las primeras queridas!
El oro de los cabellos, el azul de los ojos, la flor de las carnes,
Y luego, entre el olor de los cuerpos jóvenes y amados,
¡La temerosa espontaneidad de las caricias!
Se han ido lejos todas aquellas alegrías
Y todos aquellos candores. ¡Ay! Todos, hacia
La Primavera de los pesares, han huido los negros inviernos
De mis enojos, de mis ascos, de mis angustias.
Heme aquí solo ahora, mustio y solo,
Mustio y desesperado, más yerto que un antepasado,
Igual que un huérfano pobre sin su hermana mayor.
¡Oh la mujer de amor mimoso y cálido,
dulce, meditabunda y morena, jamás asombrada,
y que a veces os besa en la frente, como a un niño!
No hay comentarios:
Publicar un comentario