20 de marzo de 2017

No hay tiempo para el amor


Ese día mis sentidos se agudizaron cuando el posó sus fornidas manos sobre mi cintura.

El hotel donde me llevó era increíblemente bonito, la suite era enorme. La habitación principal era muy lujosa y el jacuzzi al lado del ventanal te permitía ver como el pacifico se perdía en tu mirada.

Mi pasión por la escritura había hecho que me adentrara en decenas de situaciones para encontrar la verdadera inspiración, pero esta sin lugar a dudas era la más excitante.

Conocí a Alejandro en un viaje que hice por puro placer, para desconectar de la monotonía diaria. Pero mi aventura con él se fue convirtiendo en mi próximo ‘best seller’.

Cuando no estaba con él, llenaba paginas y paginas de tinta electrónica, algunas, desechos, muchas otras, frases caídas del mismo cielo.

Aquella noche, sería, la noche. La noche en la que daría la última puntada de oro al libro que llevaba meses escribiendo y a la chica con dotes artísticas que llevaba meses interpretando. No puedo decir que en estos meses no me había prendado de él. Cualquier chica lo habría hecho. Alejandro había tenido paciencia conmigo al no intentar sobrepasarse en algunas circunstancias o siquiera hacer alusiones a mantener contacto sexual conmigo.

De vuelta en la habitación hice mi mejor papel de chica tímida y dulce a la que los chicos le habían querido siempre para aliviarse sexualmente.

En estos meses, no había notado sentimientos sinceros por él, pero… cuando el poso sus fornidas manos sobre mi cintura, mis sentidos se agudizaron. Mis piernas temblaron. Mi semblante enrojeció y mis entrañas pedían a gritos sentirlo más cerca.

Me desnudó literalmente. Lo hizo de forma pausada, apocado pero osado al mismo tiempo, una combinación fulminante. Sus besos deleitaban hasta al mismo diablo. Sus caricias seducían mi figura cuando transitaban por cualquier recoveco. Y sus besos incendiaban mi cuerpo.

Me tumbó delicadamente sobre aquellas sabanas de seda oscuras. Parecía decidido pero le amedrentaba no estar a la altura de aquel momento y no saber complacerlo.

“Te amo”. Escuché aquello pero me hice la loca. Yo estaba allí por mi novela y no me podía permitir cambiar a última hora el desenlace y mucho menos volver a enamorarme de un donjuán. Lo sentía dentro de mí. El momento era cada vez más taciturno. Supongo que él esperaba un conjunto de palabras similares a las suyas. Pero aunque así las sintiera, mi idea no era exteriorizarlas. Sus labios acariciaron mi pecho buscando cobijo y cariño. Su lengua me llevó al séptimo cielo demorándose unos minutos al sur de mi cintura, mientras sus dedos se hundían en mi cálida piel. El, viendo que yo ya iba a gritar de deseo, volvió a hacerme suya, pero esta vez con más ímpetu. Se aferraba a mis caderas como si le fuera la vida en ello e irrumpía dentro de mí recreándose de aquel instante. El dormitorio se hizo eco de nuestras manos que hablaban por si solas.

Me cogió en alza y nos metimos en aquel sitio en la que el agua comenzaba a borbotear. Me apoyó de espaldas a la pared y comenzó a besar mis hombros y a acariciarme de arriba abajo. Exploró todas mis zonas erógenas, entreteniéndose en aquellas que más me hacían suspirar. Me volteé y de un gesto lo retuve entre mis piernas, atrayéndolo hacía mi. Encajé su sexo con el mío y lo impulsé contra mis varias veces hasta caer rendida. Las burbujas se mezclaban con el sudor que ambos desprendíamos; y el clímax quedó atrapado en un lujurioso beso. No quise decir nada, él solo se limitaba a mirarme.

Aunque no lo quisiera ver, Alejandro, me hacía sentir querida, pero eso mismo a la vez me dolía. Tenía que volver a España después de esa noche. Vine por placer y se acabó convirtiendo en mi próxima novela. Pero ya está. No es que estuviera cerrada al amor, pero no quería encerrarme en un personaje novelístico.

Pocas eran las razones que me unían a quedarme en aquel habitáculo, pero las suficientes para pensarlo dos veces. Mi avión salió en 7 horas después de aquella noche;  y aunque con Alejandro me sentía cómoda, mi amor en estos momentos lo alimentan estas líneas y aquella mundología que ante mis pies, se expone.




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