En un café,
ese de luces tenues, ese de las ventanas grandes y mesas de madera vieja,
calentito, acogedor. Mirando la gente pasar. Hombres calzados con zapatos
negros y vistiendo abrigos de gente importante, con mucha prisa, con un
objetivo en la vida, caminan por la calle. El gris del exterior, el frío que no
me toca, pero aun así me hace sentir, me hace sentir más cada reconfortante
trago de café, cada canción que suena de fondo.
Esperándola a ella, sabiendo que no vendrá, pero, aun así,
esperándola. Esperando que la fortuna la ponga delante mío, que me mire y
sonría, que se hagan realidad todos esos recuerdos que imaginé.
Hacerla reír, contarle historias banales, mirarla, disfrutar de
cada una de sus sonrisas, intentar conocer su mundo, su forma de pensar. Grabar
sus gestos en mí memoria, sus reacciones cuando habla, su manera de afrontar la
vida, poquito a poco. Tan distintos, tan alejados, tan de otro mundo, tan
solos.
Caminamos por la calle juntos, ella posa su mano sobre mi brazo.
Los últimos días de invierno aceleran nuestros pasos hasta llegar a casa.
Entramos, cierro la puerta, todos los ruidos del exterior se
apagan, solo se oye el crujir del suelo a cada paso, se oye también el roce de
la ropa al quitarme la chaqueta y los zapatos. Y ahí está ella, la tengo
delante mío, la miro de los pies a la cabeza, la deseo.
Con paso decidido, me acerco, lo suficiente para perderme en la
profundidad de sus ojos. Sostengo su cara con mi mano derecha y la izquierda la
poso en su cintura, la acerco hacia mí, la miro un último segundo antes de
cerrar los ojos y juntar mis labios con los suyos. Un beso largo, un beso que
lleva esperando mucho tiempo, un beso que viajo miles de kilómetros. Sus carnosos
labios y su húmeda lengua en contacto con la mía. La sujeto bien, le muerdo el
labio inferior, fuerte, apretando bien, ella respira más profundo, le gusta. Un
beso de película.
La rodeo con la mano izquierda y meto la mano dentro del
pantalón, tocando su suave y fría piel, aprieto su culo. Separo mi cara de la
suya y la miro por 1 segundo, sus ojos cerrados y sus labios buscando los míos,
la vuelvo a besar.
Entramos en la habitación y seguimos besándonos, con ansias,
como si de ello dependiera seguir con vida. La desvisto, con calma, disfrutando
ver cada parte de su cuerpo al descubierto, grabando a fuego cada centímetro de
su piel en mí retina.
La abrazo, el tacto de mis manos frías contra su espalda
caliente le produce un escalofrió. Me inclino y empiezo a lamer su suave y
caliente vientre, lo lamo, lo chupo, lo muerdo un poquito, flojito.
Me separo un poco de ella, sin soltar mis manos de su
espalda y miro su cuerpo, sus largas piernas, sus ajustadas braguitas, su
ombligo, su cintura. Subo más la mirada y me encuentro con sus senos, ni muy
grandes ni muy pequeños, firmes, perfectos. Meto las manos por dentro del
sujetador y los levanto, y veo sus hermosos pezones, los chupo, los pellizco,
aprieto las manos y pongo mi cara entre ellos.
Me desvisto con la velocidad de un atleta y junto mi cuerpo con
el suyo. Y siento su calor, ese calor que ansiaba durante tanto tiempo, ese
calor que borra de mis huesos el invierno que pensaba que nunca se iría.
La empujo a la cama y la miro, tumbada, con el pelo revuelto y
las rodillas levantadas, perfecta, como si su cometido en esta vida fuera estar
en ese sitio. Me acerco y poso mis manos en sus rodillas, separo sus piernas y
me tumbo sobre ella.
Apoyado con mis codos en la cama, la beso, y aprieto mi pene
contra su coño, me restriego, siento lo blandito que tiene el conejo y noto
como mi miembro se endurece más aun, más que en mucho tiempo.
Me tumbo a su lado, la miro a los ojos, deslizo una mano hasta
su entrepierna y empiezo a acariciar su coño. Noto el suave tacto de las bragas
como se vuelve un poco más áspero en la zona húmeda. Froto mi mano, suave pero
firme, mientras ella mueve también sus caderas y abre su boca exhalando el aire
de forma entrecortada, deseando más, lo noto en su mirada. Mientras la sigo tocando,
ella empieza a tocar mi caliente e hinchada verga, la rodea con su mano y
aprieta, arriba y abajo. Nos volvemos a besar sin parar de acariciarnos.
Lo que hacemos después es algo que quedará solo en mí memoria,
basta con decir que le bese hasta el alma.
Nos tumbamos de lado, como 2 cucharas en un cajón. Le pongo un
brazo bajo la cabeza y ella se acerca más, ajustándose a la parte delantera de
mi cuerpo, como si estuviera hecha para encajar en mí. Su proximidad me corta
la respiración, como si de pronto me hubieran sumergido en el agua.
Vuelvo a dar un trago a mi café, la procesión de personas por la
calle no tiene fin, y yo sigo allí, viéndolos pasar.
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