Hacía tan sólo seis meses que compartía piso con Cristina. Era una chica
lista y risueña, nos caímos bien nada más conocernos. Y pronto entablamos una
buena amistad. Yo
estaba recién llegada a la ciudad, no conocía a nadie, pero con lo extrovertida
que era Cristina, enseguida me sentí como una más de su pandilla.
Nuestra confianza era total. Manteníamos
conversaciones en el baño mientras una se duchaba o depilaba, charlábamos
durante horas en la madrugada, incluso dormíamos juntas si alguna de nosotras
había tenido un mal día.
Todo era perfecto hasta que llegó Tomás; un guapísimo chico que conoció
a Cristina un día al salir del trabajo.
Todo el tiempo del que disponían lo pasaban
juntos. Y yo he de confesar que sentía unos celos tremendos. Mi vida social no
tenía sentido si Cristina no estaba en ella. Creo que pronto se
dieron cuenta, y cada vez pasaban menos tiempo en su habitación; veíamos pelis,
bebíamos y jugábamos a las cartas.
Al poco tiempo fui consciente que Tomás me volvía
loca, sus labios carnosos, su pelo rubio y sus tremendos ojos azules... Su voz,
que parecía sacada de un programa de radio, profunda e intensa. Un revuelo de
sentimientos se contradecían. La fuerte amistad con Cristina y el deseo hacia
Tomás.
Un viernes al llegar a casa, después de un duro día de trabajo en el
hospital, Cristina y Tomás estaban en el sofá con unas copas de más. Me
invitaron a sentarme con ellos, a beber y jugar a algún juego. Yo no me sentía
muy animada, además cada vez me era más difícil controlar mi deseo por Tomás.
Pero no encontré ningún plan mejor, así que, acepté.
Cristina propuso jugar a "Yo nunca..." El
juego consistía en decir algo que hubieras, o no hecho. Por ejemplo: "yo
nunca me he besado con un chino", quién lo hubiera hecho, bebía un caballito de Tequila y quien no, pues nada. Así descubríamos picardías de los demás,
bebíamos y pasábamos un buen rato.
Ya llevábamos unos cuantos chupitos cada uno,
quizá hubiera sido el momento de dejar el juego, pero lo estábamos pasando tan
bien que no nos apetecía.
Era el turno de Tomás: - Yo nunca me he acostado con dos chicas a la
vez- dijo con su tremenda sensualidad, con una mueca picarona y haciendo un
recorrido de miradas cruzadas entre los tres. Cristina y yo comenzamos a reír,
y a soltar bromas, mientras Tomás, cogía una sensual postura en el sofá,
reposando sus brazos por detrás de nosotras y abriendo sus piernas cómodamente.
Fue entonces cuando Tomás besó con dulzura a Cristina, sus lenguas deseosas
podían verse fuera del beso. Y yo, anestesiada por la bebida y la situación, me
dispuse a levantarme para irme a dormir. Pero una mano me agarró y me sentó de
golpe, cuando pude reaccionar, ya tenía la lengua de Tomás en mi boca, rodeando
dulcemente mi lengua. Cristina mientras tanto besaba a Tomás por el cuello; se
puso a horcajadas sobre él y comenzó a quitarle la camiseta. Al ver que a
Cristina no le importaba, yo, me dejé llevar. Continué besándole, los besos
eran cada más profundos y yo sentía que mis braguitas estaban mojadas. El torso
de Tomás era suave y fibroso, mi mano no podía dejar de acariciarle, y poco a
poco fui bajando hasta llegar a su bragueta, sutilmente le desabroché su
pantalón mientras no dejaba de besarme. Cristina había aprovechado para
desnudarse mientras Tomás y yo nos consumíamos entre fervientes besos y
caricias.
Al ver a Cristina totalmente denuda en aquella situación, sentí ganas de
besarla y tocarla, nunca me había sentido así por una mujer. Cuando Tomás se
dio cuenta de nuestras miradas, agarró a Cristina de una mano y a mí de la
otra, y nos llevó hasta el dormitorio. Allí dimos rienda suelta a nuestra
lujuria... Cristina y yo nos fundíamos en caricias y besos por todos sitios,
hasta que llegué a su sexo. Comencé a lamerlo lentamente... Tomás quiso
aprovechar mi postura inclinada, y me penetró. Sus movimientos eran lentos y
firmes, haciéndome sentir cada centímetro de él. Mis dedos y mi lengua hicieron
llegar a Cristina a un buen orgasmo, y yo me enorgullecí. Tomás dejó de
penetrarme y se tumbó en la cama. Yo quería seguir con aquel placer, así que
mientras Cristina le besaba yo me puse encima de él dándole la espalda. Nunca
pensé que se pudiera sentir tantísimo placer en el sexo hasta que Cristina comenzó
a lamer mi sexo mientras Tomás y yo cabalgábamos. En aquella postura tuve dos
orgasmos, los más increíbles que jamás experimenté. Cuando acabé, Cristina
quiso probar igual, así que lamí su sexo hasta que ella también llegó al
climax. Tomás estaba a punto de llegar, Cristina se levantó y comenzó a chupar
su pene como si de un delicioso helado se tratara, me entraron ganas de hacer
lo mismo, así que lo agarré y entre las dos conseguimos su eyaculación. Al acabar, los tres nos
tumbamos en la cama, fumamos y reímos hasta el amanecer. Nuestra amistad
seguiría, y por supuesto volveríamos a repetir.
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