Nos conocimos en un bar, apenas nos vimos
sentimos esa descarga eléctrica que te produce la calentura. Cada vez que veía
esos dedos grandes acariciar las cuerdas de la guitarra, me los imaginaba
tocando compases en mi clítoris y me mojaba un poco más.
Apenas me vio me sonrío y cuando hubo la primera pausa se acercó a conversarme. Se presentó: “me llamo Jorge, toma lo que quieras, los músicos invitamos”, había un par de grupies de la banda, esas niñitas señoritas que van a verlos tocar a donde sean por un poco de sexo, más adelante entendí porqué.
Apenas me vio me sonrío y cuando hubo la primera pausa se acercó a conversarme. Se presentó: “me llamo Jorge, toma lo que quieras, los músicos invitamos”, había un par de grupies de la banda, esas niñitas señoritas que van a verlos tocar a donde sean por un poco de sexo, más adelante entendí porqué.
Cuando terminaron de tocar me invitó a seguir de
juerga en otro lado con otros amigos, fuimos en el automóvil de uno de ellos,
como el espacio era poco me toco sentarme en sus piernas. Aprovechando el
momento, me senté un poco más arriba; noté que era de esos tipos de respuesta
inmediata, apenas me senté sobre él, su verga se puso dura, y no se molestó en
disimularlo, a mí, tampoco me molestó. Nos fuimos todo el camino moviéndonos
lentamente, para que los demás no se dieran cuenta, cada vez que él se movía yo
me sentía más húmeda, se me pusieron duros los pezones y quería sentir esa
verga dura dentro de mí.
Llegamos al lugar del carrete, era una casa
sola; apenas llegamos al patio nos dimos un beso con lengua exquisito, como era
más alto que yo, sentí su verga dura y caliente en mi vientre y noté que estaba
a punto de estallar. Al poco rato, dijo que faltaba hielo, y me pidió frente al
resto que lo acompañara a comprar.
Nos subimos a su auto y nos besamos, inmediatamente una de sus manos se fue a mis tetas, que estaban duritas de placer; las tocó, besó y chupó; las lamía como nadie lo había hecho. Mis manos se habían perdido dentro de su pantalón, estaban encantadas con ese gran bulto mojado que era su pene, lo toqué y comencé a masturbarlo mientras conducía; a ratos tenía que estacionarse porque estaba a punto de correrse, me pedía que parara para aguantar más.
Nos subimos a su auto y nos besamos, inmediatamente una de sus manos se fue a mis tetas, que estaban duritas de placer; las tocó, besó y chupó; las lamía como nadie lo había hecho. Mis manos se habían perdido dentro de su pantalón, estaban encantadas con ese gran bulto mojado que era su pene, lo toqué y comencé a masturbarlo mientras conducía; a ratos tenía que estacionarse porque estaba a punto de correrse, me pedía que parara para aguantar más.
Llegamos a su casa, me tomó y me llevó a su
sillón, no había tiempo para camas; ahí me sacó con su hábiles manos de músico
la blusa; mis pechos se apretaban contra el corpiño, querían escapar, quería
que me las chupara de nuevo. Me tomó de mi pequeña cintura y me sentó sobre su
verga, aún teníamos ropa, pero sentía que la tela se iba a romper con tanta
fuerza de nuestros movimientos.
Me puse de pie y le desabroché el pantalón, su
tronco de carne salió escapando, era enorme, dura y roja; la tomé con mis manos
y me la puse en la boca; comencé a lamerla despacio, mientras él se retorcía de
placer, mientras mis manos subían y bajaban, tocaba sus testículos, también los
chupé, él gemía de placer. Se la mamé un buen rato, hasta que gritó
ahogadamente que se iba a correr, apreté su verga entre mis pechos y dejé que
se corriera. Para mi asombro, su erección siguió intacta.
“Ahora, me toca comer a mí”, dijo con voz ronca;
me sacó el pantalón y la tanga de un tirón, me acostó en el sillón y comenzó a
lamerme el coño; lo hacía despacio, con cuidado, yo sentía que mi clítoris
palpitaba sin parar. Luego, con sus dedos de músico comenzó a masturbarme, yo
estaba en el paraíso, mi intuición era cierta, su habilidad con la guitarra se
aplicaba en el sexo, tocaba sinfonías con mi coño y mis gemidos eran música. Me
corrí, fue uno de los orgasmos más grandes de mi vida; mientras gritaba le
enterraba las uñas en la espalda pidiendo más.
Después me tomo y me hizo ponerme como de
espaldas a él, con sus dedos acarició mi coño por detrás, y cuando comencé de
nuevo a mojarme, me metió la verga con tanta fuerza que casi me vengo de nuevo.
Embistió con la fuerza de un toro, me tomó de las caderas y me penetraba con
una fuerza descomunal, comencé a gritar de placer, mientras él me decía al oído
con voz ronca; “eso, quéjese nomás… quéjese que está rica”. Ahí vino el segundo
orgasmo, más grande y largo que el anterior y él se corrió monumentalmente
dentro de mí. Nos desplomamos en el sillón con él aún dentro de mí; yo quería
que se quedara dentro para siempre.
Cuando nos despedimos a la mañana siguiente, no
nos dimos nuestros números de celular. A veces, me lo encuentro en los bares de
mi ciudad, invitando a mujeres a un trago. Cuando cruzamos las miradas nos
sonreímos y saludamos como viejos amigos de cogidas.
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