Dice.
Tiene las piernas largas
como infancia sin columpio.
Los pies pequeños, de huellas borrosas.
- Sé que prefieres los tacones
pero yo adoro estar descalza.
Se eleva sobre sus dedos
como si pretendiera ser más alta.
Yo la observo con la seguridad
de que podría doblarme hasta el suelo
por rozar sus labios.
- ¿Para ser un poema
tengo que follar contigo?
Me pregunta con toda la boca
llena de versos.
- Es más posible si me dejas
con las ganas.
Me sincero.
- Si follas conmigo siempre
tendrás más ganas.
Dice plagiando la sonrisa
de alguna actriz porno.
- Demasiada ropa.
Repite.
Se quita la camiseta con
la misma torpeza que un hombre,
la lanza al suelo hecha una bola
y todo el suelo se arruga con ella.
El sujetador es negro.
Sus pechos, pequeños.
Caben en las manos y en los sueños.
Entran en la boca y en los ojos.
Intuyo los pezones rosados,
sensibles al frío, cortantes como
folios en blanco.
Tengo la impresión de
haberla visto antes.
En otra escena tal vez,
de rodillas seguramente,
rodeada de hombres que
soñaban ser músicos.
- Estoy segura que eres torpe
con el click del sujetador.
Que haces cosquillas en la espalda
cuando te tiemblan las manos.
Uso la mueca de los lunes
para evitar la burla.
- Yo puedo ayudarte.
Dice mientras sus manos buscan
con soltura donde acaba la oscuridad.
Sus pechos desnudos iluminan la casa.
Como si antes...
toda mi vida fuera un eclipse.
Sus pezones son los interruptores
que le dan luz al mundo.
La suave caída de sus pechos
mienten sobre su edad.
Gritan la palabra adolescencia.
Parecen manoseados por un escultor
cuya meta es la redondez del universo.
- Un poema, luego me olvidas.
Dice acercándose tanto,
que lo único que siento
es que está lejos todavía.
Coge mis manos
y las coloca en la cintura,
en el filo de su falda,
se mueve ligeramente
de izquierda a derecha,
en un balanceo sutil
que mece mi hambre
al borde de su ombligo.
Acerco mi boca
y desciendo mis dedos
hasta hallar el color de sus bragas.
- Demasiada ropa para un poema.
Le digo yo.
Ella asiente con la cabeza.
Creo que sonríe.
Ya no puedo mirarle el rostro.
Siempre que estoy en la orilla
se me olvidan las turistas.
Ya no me importa el desnudo...
La piel tostada es devorada
por todo el azul del horizonte.
Me he enamorado de olas
que tenían tus ojos,
de ojos que tenían tu mar,
de mares que te cabían
entre los muslos.
He dejado...
que sus braguitas besen el suelo.
He tumbado su espalda sobre el sofá,
he elevado sus piernas
a un techo que prometía
manchas de humedad,
mientras bajaba la cabeza
hasta sus piernas.
He clavado la lengua,
como si fuera la bandera
de la victoria
de un ejercito de versos
que se habían apoderado
de mi garganta.
Y he empezado a escribir,
su poema,
mi poema, con toda la lluvia
que cabía entre mis labios.
He dejado que sea ella
la que le ponga el título,
mientras yo he esperado
sediento el diluvio.
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