17 de junio de 2017

Nostalgia neuronal, ¿por qué nos encanta la música de la adolescencia?

He notado un fenómeno por demás extraño: la música que solía gustarme en la adolescencia, hoy parece mejor que cualquier otra. Y lo que es peor, con el paso de los años cada nuevo sencillo que suena en la radio pareciera puro ruido sin ningún sentido. Desde un punto de vista objetivo, he concluido que esto no tiene sentido.
portada nostalgia musical
Yo no soy quien para decir que “Rollout” de Ludacris es artísticamente superior a “Roar”, de Katy Perry, pero atesoro cada estrofa de la primera y rechazo la segunda como si se tratara de una jauría de hienas. Si escucho el top 10 de canciones de 2016, termino con un dolor de cabeza. Si escucho el top 10 de 2003, me pongo realmente feliz.
¿Por qué aquellas canciones que escuché en mi adolescencia parecen mejor que cualquier cosa que haya escuchado en la adultez? Me siento agradecido de informar que mis fallas en el discernimiento como crítico musical no son las únicas culpables. En los últimos años, psicólogos y neurólogos han confirmado que aquellas canciones ejercen una influencia desproporcionada sobre nuestras emociones.

Música y cerebro.

Los investigadores han encontrado evidencia donde se sugiere que nuestros cerebros se encuentran mucho más apegados a las canciones que escuchamos en la adolescencia que cualquier otra que hayamos escuchado en la adultez – una conexión que permanece intacta a medida que envejecemos. En otras palabras, la nostalgia musical no simplemente es un fenómeno cultural: se trata de un proceso neuronal. Y por muy sofisticados que podamos llegar a ser en gustos, nuestros cerebros se mantendrán obsesionados con esas canciones que escuchamos en medio del drama de la adolescencia.
Para entender por qué crecemos apegados a ciertas canciones, empecemos por analizar la relación de nuestro cerebro con la música en general. La primera vez que escuchamos una canción, se estimula nuestra corteza auditiva y convertimos las armonías, ritmos y melodías en un todo coherente. A partir de aquí, nuestra reacción a la música depende de la forma en que interactuamos con ella.
el compositor musical
Cuando repetimos una canción en nuestra mente se activa la corteza premotora, encargada de planear y coordinar los movimientos. Cuando la bailamos, nuestras neuronas se sincronizan con el ritmo de la música. Al poner atención especial a la letra y los instrumentos activamos el lóbulo parietal, que nos ayuda a alternar y mantener la atención en diferentes estímulos. Escuchar una canción que dispara recuerdos personales activa nuestra corteza prefrontal, que mantiene información relevante sobre nuestra vida personal y las relaciones.

La adolescencia.

Pero los recuerdos carecen de significado sin una emoción – y además de las drogas y el amor, nada impulsa una reacción emocional como la música. Los estudios de imagen cerebral muestran que nuestras canciones favoritas estimulan el circuito de placer del cerebro, mismo que se encarga de liberar torrentes de dopamina, serotonina, oxitocina y otros neuroquímicos que nos hacen sentir placer. Entre más nos gusta una canción, mayor es el efecto de los neuroquímicos, que producen una inundación de neurotransmisores en nuestros cerebros equiparable a una dosis de cocaína.

La música enciende estos focos de actividad cerebral en todo mundo. Pero en los cerebros de personas jóvenes, aquello se convierte en un auténtico espectáculo de luces. Entre los 12 y 22 años, nuestros cerebros pasan por un desarrollo neurológico acelerado – y la música que disfrutamos en esa época parece quedar conectada a nuestros lóbulos para siempre.
hombre tocando guitarra
Cuando fabricamos una conexión neuronal con una canción, también establecemos el rastro de un fuerte recuerdo que viene cargado con una emoción aumentada, en parte gracias al exceso de hormonas del crecimiento en la pubertad. Estas hormonas le indican a nuestro cerebro que todo es increíblemente importante, especialmente aquellas canciones que integran la banda sonora de nuestros sueños adolescentes (por muy embarazoso que esto suene).

Formación de una identidad propia.

Por sí solo, este espectáculo de luces neurológico bastaría para imprimir determinadas canciones en nuestro cerebro. Pero existen otros factores que intervienen para que aquella canción de tu adolescencia se quede en tu memoria para siempre. Daniel Levitin, autor de This is Your Brain on Music: The Science of Human Obsession, destaca que la música de nuestros años de adolescencia está íntimamente relacionada con nuestra vida social.
“Cuando jóvenes descubrimos música por nuestra propia cuenta”, dice el autor, “a menudo a través de nuestros amigos. Escuchamos la música que ellos escuchan como un símbolo, como una forma de pertenecer a determinado grupo social. Eso mezcla la música con nuestro sentido de identidad”.

El “bache de reminiscencia”

Petr Janata Davis, psicólogo en la Universidad de California, concuerda con la teoría social, explicando que nuestra música favorita “se consolida a través de los recuerdos especialmente emocionales en los años de formación”. Además, sugiere que podría existir otro factor implicado: el “bache de reminiscencia”, un término que define al fenómeno por el que recordamos de una forma más vivida nuestros años de juventud que cualquier otra etapa de la vida, recuerdos que se quedan con nosotros hasta la senectud.
festival de musica concierto
De acuerdo con la teoría del bache de reminiscencia, todos tenemos una “escritura de vida” culturalmente condicionada que sirve, en nuestra memoria, como una narrativa de nuestras vidas. Cuando hurgamos en nuestro pasado, los recuerdos que dominan en esta narrativa tienen dos cosas en común: son recuerdos felices, y se acumulan en torno a nuestra adolescencia y el principio de nuestros veinte años.
¿Por qué los recuerdos de estos años nos resultan tan vibrantes y permanentes? Investigadores de la Universidad de Leeds ofrecieron una explicación tentadora en el 2008: los años marcados por el bache de reminiscencia coinciden con “el surgimiento de un ser estable y perdurable”.
Ese período entre los 12 y 22 años, en pocas palabras, define quienes somos. Y tiene mucho sentido, por lo que los recuerdos que contribuyen a este proceso se vuelven sumamente importantes con el paso de los años. Estos no sólo contribuyen al desarrollo de una imagen propia, sino que forman una parte integral del sentido que tenemos sobre nosotros mismos.

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