Los antiguos romanos fueron insaciablemente creativos creando espectáculos mortales. Entre los actos más atroces de aquella sociedad el parricidio destacaba como uno de los peores, la acción de asesinar a un padre se castigaba de una forma verdaderamente espectacular.
En latín, el parricidio se conocía como parricidium. En el pasado, el término podía significar un sinnúmero de cosas, la mayoría de las veces hacía referencia al asesinato de un padre o un familiar cercano. Se consideraba un pecado particularmente grave, dado que implicaba el derramamiento de sangre del hombre que le había dado la vida al asesino. Se consideraba el último escalón en la corrupción del orden social y se creía que contaminaba el cuerpo del asesino. Los antiguos escritores consideraron este acto como una mancha indeleble de sangre de un padre que atormentaría para siempre a su hijo.
Poena cullei
Aquellos que eran encontrados culpables por este crimen se les imponía el “saco de castigo”, o poena cullei, cuyo primer registro se remonta al año 101 a.C. Por matar a su padre, un individuo era obligado a llevar zuecos de madera (así se evitaba el escape), después lo metían en un bolso y lo lanzaban a un río.
Otra versión del castigo da cuenta de criminales cosidos en una bolsa de cuero junto con un gallo, una serpiente, un perro y un mono, que después eran arrojados a un río. El río Tíber era un medio eficiente para transportar al difunto al Inframundo, llevándose al cuerpo contaminado de esta Tierra neutral, un simbolismo representado por la corriente trasladando el cuerpo lejos de su lugar de residencia.
Ciertamente se trataba de un castigo muy macabro pero, ¿qué tan común era? Incluso en los textos legales más antiguos se considera una práctica barbárica y obsoleta, pero el nivel de castigo se ajustaba a la atrocidad del crimen que se pretendía castigar. Cicerón defendió con éxito a un cliente prominente llamado Sextus Roscius contra esta acusación e hizo énfasis en que el parricidio era la peor de las atrocidades: no sólo se trataba de un asesinato, sino del acto más reprobable posible.
EL PEOR DE LOS ACTOS.
Un parricidio no podía considerarse simplemente como un homicidio. La sociedad creía que el cuerpo del criminal estaba tan contaminado que incluso las bestias salvajes podían corromperse si comían el cadáver. Probablemente, como escribió Cicerón en su discurso de defensa a Roscius, los romanos simplemente querían deshacerse del parricida a como diera lugar:
“Diseñaron un castigo particular para los parricidas, para que aquellos a quienes la propia naturaleza no había podido retener en sus obligaciones, pudieran estar a resguardo del crimen por la enormidad del castigo, ordenando que fueran encerrados vivos en un saco y en esa condición arrojados al río”.
Probablemente la adición de animales era algo ocasional (o quizá ocurrió tiempo después en el Imperio, dado que un jurista de la era de Adriano describió el castigo, y Constantino parecía disfrutarlo) o una exageración de los escritores en la mayoría de los casos. Y, aparentemente, no todos los hombres que mataron a sus padres fueron condenados: se sospecha que el castigo sólo se aplicaba a aquellos que confesaban, y existe una falta de evidencia sobre su uso (algunos emperadores incluso vacilaron a la hora de condenar a alguien por parricidio).
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