10 de febrero de 2017

Deseo interminable


Mi vecina me pidió ayuda para llevar unos paquetes que debía entregar en una localidad cercana a nuestra ciudad, estaba sola en ese momento y fui su mejor opción para ayudarle.

Siempre la he encontrado atractiva, más de una vez la vi a través de su ventana en ropa interior y su cuerpo exuberante, hacía latir mi corazón a 100 por hora, su figura resaltaba con aquel minivestido estampado y fresco que llevaba, el vuelo de la falda se alzaba fácilmente con su movimiento al caminar, de manera que con gusto acepté acompañarla para hacer esa entrega que nos llevaría a ambos a un viaje por demás placentero.

Subimos las 3 cajas a su camioneta y enfilamos a nuestro destino, conversamos todo el camino, mis miradas se dirigían a sus muslos que admiraban ese hermoso tono caramelo acentuado por el ligero brillo de las pantimedias que portaba, a cada movimiento de los pedales subía la falda un poco más, dejando ver el refuerzo de la pantimedia, esos hilos que anunciaban que las pantaletas se podrían ver en cualquier momento, más de una vez se dio cuenta de mi mirada indiscreta y de mi respiración agitada, difícil fue para mí llevar el hilo de la conversación cuando la distracción evidente de sus piernas reveladas me delataban inevitablemente.

Llegamos a un estacionamiento subterráneo en la plaza donde habríamos de hacer la entrega, estacionó en un rincón alejado de las escaleras y procedimos a cargar las cajas.

Ella se pasó al asiento trasero de la camioneta por la parte interior, agachándose para pasar libremente hacia atrás, el minivestido dejó a la vista sus hermosas nalgas, descubrir que llevaba una tanga muy pequeña y las pantimedias rasgadas a todo lo ancho de ese hermoso trasero, apetecible, abundante y redondo. Tocó el turno a mí de pasarme al asiento trasero y la ayudé a cerrar con cinta las cajas en cuestión, para que no se abrieran.

Salimos del vehículo, yo cargaba 2 cajas y ella solo una, no pesaban a decir verdad, llegamos hasta el pie de la escalera que nos llevaría al nivel de calle, era angosta y en espiral, pensé en subir primero para no ser tan evidente de que iría mirando por debajo del vestido, pero ella se adelantó y sin mediar palabra comenzó a subir. A cada escalón que ascendía mayor era la vista de las nalgas, de aquel refuerzo de las pantimedias que ya  anunciaba una vista inquietante. Dudé en decirle que tenían varios hilos corridos, sería delatar que mis ojos se postraron en sus curvas, así que callé y continué subiendo. Escuchaba el roce de sus muslos al frotarse entre sí por el nylon de las panties, aumentando mi excitación.

Al llegar arriba nos percatamos que los pasillos de aquella pequeña plaza se encontraban abarrotados de compradores ansiosos que se arremolinaban lentamente tratando de pasar para hacer sus compras. Ella me miró y me dijo, andar por ahí tan estrecho y con este vestidito es invitar a más de uno a que me meta la mano por debajo de la falda, creo que mejor yo cargo las tres cajas y tú te colocas detrás de mí para evitar que me manoseen en los pasillos.

Acepté gustoso su propuesta y nos introdujimos en el río de gente, yo detrás de ella rozando mi pene en esas nalgas que venía admirando desde hace una hora, a cada movimiento de la multitud mi cercanía a su cuerpo era mayor, percibí el aroma de su cuello muy cerca de mí, con mis brazos la rodeaba cuidando celosamente que ningún otro rozara ese cuerpo que en ese momento solo yo lo tenía permitido, estoy seguro de que sentía mi corazón acelerado detrás suyo, se detuvo brevemente y volteando el rostro me dijo, siento el vestido levantado detrás mío por favor ¿me lo quieres arreglar? ni tardo ni perezoso deslicé mi mano derecha por detrás y hacia abajo, sentí la curvatura de sus nalgas, la textura suave de las pantimedias y la rasgadura de las mismas que permitió que mis dedos tocaran directamente su piel, deslizando la mano hasta abajo palpando su culito tibio y excitante las rasgué un poco más para poder sentir la rayita del trasero. La respiración de ella era tan agitada como la mía, su invitación a manosearla nos puso muy excitados en medio de esa gente que ajena a nuestro placer, pasaban tan cerca y tan lejos de nosotros. Ella lo disfrutaba intensamente también pues sentía como presionaba sus nalgas en mi pene cada vez con más fuerza. Se volteó de nuevo hacia mí y esta vez preguntó en un tono de picardía ¿estás bien durito verdad? Si por supuesto - le respondí- tu cercanía, tus movimientos y tu aroma alteran todos mis sentidos y mi cuerpo reacciona.


Bajé su minivestido justo a tiempo de salir de aquél pasillo alcahuete que nos empujó tan cerca uno del otro a ese placer que hubiese querido que fuera interminable.


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