Él no se
lo pensó dos veces. Me agarró de la muñeca y tiro de mí hasta el callejón que
había detrás del bar, junto a su camioneta nadie nos vería. Cuando estábamos
fuera de la vista de cualquier transeúnte nuestros labios se juntaron como si
fuera una necesidad vital. Aquella situación no había hecho más que excitarme
desde que le vi tan lanzado. Y el parecía no necesitar más para empezar a
jugar.
Metí mis manos por debajo de su jersey y le arañe
suavemente los costados hasta llegar al borde de sus vaqueros. Una de sus manos
comenzó a tirar de mi falda hacia arriba y la otra se sumergía por debajo de mi
blusa, sin dejar nada sin acariciar. Cuando la falda ya estaba por mi cintura
cogió mis manos y las puso contra una de las paredes del callejón, y con su
cuerpo fue aprisionándome contra el frio ladrillo. Fue metiendo despacio su
mano libre dentro de mi ropa interior.
- Um,
qué mojada estas.-
Con el
dedo corazón comenzó a hacer círculos sobre mi clítoris. ¡Qué manos! Poco a
poco, haciéndose de rogar, sin dejar de mirar la desesperación que se dibujaba
en mi cara me introdujo un dedo, y después otro. Y otro. No podía parar de
gemir. Me estaba volviendo loca. Saco la mano de mis bragas y metió los tres de
dos en mi boca mientras pegaba su erección contra mi estomago. – Te voy a coger
como no te ha cogido nadie en tu vida, guapa.
Se agachó frente a mí. Me arrancó las bragas de un tirón y apoyó
mi pierna sobre su hombro. Sentía su aliento sobre mí, allí donde habían estado
sus dedos segundos antes. Su lengua no tardo en rozarme y ese primer contacto
hizo que me estremeciera. Apretaba su lengua contra mi clítoris y a veces
simplemente lo rozaba. Sus dedos volvieron a penetrarme. Y cuando una oleada de
calor subía hasta mi pecho, cuando ya casi había alcanzado el orgasmo,
repentinamente paro.
- No
pares por favor. – le rogué
- Tranquila,
que ahora viene lo mejor.
Sacó un condón de bolsillo, se abrió la bragueta y bajo sus
pantalones y calzoncillos lo suficiente como para que su miembro quedará libre
de cualquier atadura. Se coloco el condón, me cogió de los muslos y me alzo, a
lo que instintivamente respondí rodeándole las caderas con las piernas.
- ¿Preparada
cielo?
Coloco
su glande contra mí, acariciándome con él, haciendo la espera más larga. Fue
entrando poco a poco, como pidiendo permiso mientras nos besábamos. Cuando la
tuve entera dentro de mí se escapó un gemido de placer de lo más profundo de mi
garganta que debió interpretar como una invitación para seguir, porque aumento
el ritmo, haciendo las penetraciones casi envestidas. Estaba tan excitada que
no me importo rozarme contra los ladrillos de la pared. No podía pensar en otra
cosa. Aquel tipo estaba llevándome a otro mundo. Cuando se corrió entre
espasmos y saco su miembro pensé que me dejaría a medias. Por suerte me
equivoqué. Volvió a agacharse y hundió su cara entre mis piernas hasta que llegó
a mí el orgasmo y tuve que apoyarme sobre él por miedo a caer.
Nos
recolocamos la ropa y cada uno salió del callejón en dirección contraria al
otro. No recuerdo si me dijo su nombre.
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