Nunca antes me había
encontrado en esta situación.
Me
sentía un poco rara. Incómoda. Pero tenía que hacerlo.
Iba
a confesar a un cura de algo bastante íntimo que no sabía cómo contarle a nadie
más. Ni siquiera estaba segura de que fuera lo correcto.
No
sabía por dónde empezar. Ni como decirlo.
Llevaba
años sin confesarme. Pero eso no quería decir que me sintiera devota. Aunque no
fuera al estilo tradicional de la iglesia católica.
Me
sentía una pecadora. Y eso provocaba mi miedo y también mi emoción por cometer
actos impuros y poco religiosos.
Imagino
que mi educación religiosa impuesta me tenía en un debate continuo que llenaba
de contradicciones con las que disfrutaba y me ahogaba al mismo tiempo.
Así
que, dije lo primero que se me pasó por la cabeza.
-
Perdóneme Padre, porque he pecado.
¿De
qué película había sacado aquella frase?
-
Cuénteme hija.
-
¿Esto es totalmente confidencial?
-
Por supuesto. Lo que me cuentes no saldrá de aquí. Quedará entre Dios y
nosotros.
Suspiré
profundamente.
Allá
voy.
-
Padre soy impura. Una pecadora. He tenido sexo. No estoy casada con esta
persona. No somos pareja. Ni tan siquiera estoy enamorada de él. No tengo
excusa. No me siento bien. Entonces hija, ¿por qué has cometido ese acto? Pues…
Por atracción física. El chico en cuestión es como una tentación en la que me
resulta imposible no caer. Me dejé engatusar. Realmente quería que me
engatusara. No imaginaba que podríamos llegar tan lejos. Pero cuando sus manos
tocaron mi sexo, me humedecí de inmediato. Él sabía que tenía poder sobre mí y
por eso, a continuación introdujo sus dedos en mí. Y yo jadeé. Era muy
placentero. – el recuerdo de aquél momento perturbaba mi mente y mi cuerpo de
maneras que desconocía. Se me había abierto una puerta que en el fondo no
quería cerrar.- Entonces, él cogió mi mano izquierda y la puso entre su
entrepierna. Padre, estaba tan dura como una roca. Y eso, de algún modo, me
hizo sentir poderosa. Ya que él tenía su miembro por mi causa. Estaba excitada
y quería que aquello fuese a más por lo que apreté su miembro y a continuación,
desabroché y bajé su pantalón y calzoncillo. Todo a la vez.
-
Hija, creo que no necesito tanto detalle.
-
Pero, padre, es que necesito contarle lo que pasó. Por favor.
-
Me parecer inapropiado.
-
Lo sé, Padre. Soy una pecadora. Lo sé muy bien. Porque aunque una parte de mí
se arrepiente, otra está orgullosa y se recrea una y otra vez en lo que
sucedió. Y me excito. No lo puedo evitar. De hecho, ahora, siento que mis
bragas se han humedecido. Es pensar que tuve su sexo en mi boca y también
dentro de mí, que no puedo evitar apretar mis muslos y dejar que una corriente
me atraviese y… y… quiera volver a sentir esa sensación. Tras ese hecho, sólo
deseo, quiero y busco a ese chico o cualquier otro que me transmita esa sensualidad
y practicar sexo. Quiero que el sexo de un hombre se introduzca en mi sexo y me
llene.
-
Creo señorita, que usted tiene un problema. Su curación y salvación llevará
tiempo. Se ha convertido usted en una adicta. Una fornicadora. Una pecadora.
Ninfómana.
Me
hizo sentir mal. Mis lágrimas comenzaron a surcar mi rostro. Llevaba razón.
-
Padre, lo sé. Y lo siento. No sé cómo evitarlo. Ahora mismo, sólo me quiero
masturbar y que me mire. Tengo mi mano en mi sexo y me estoy acariciando.
Necesito un alivio.
-
¡Está en la casa del señor! ¡Pare ahora mismo!- exclamó más alto de lo que le
que le hubiera gustado al cura.
-
Padre, no puedo. Y es más, creo que usted tiene su miembro duro. Y que me
quiere follar. Me ha dejado hablar demasiado. Otra persona no lo hubiese hecho.
-
¡Cállese insensata! Salga del confesionario ahora mismo.
-
He visto como me mira los domingos en misa, padre. Usted me gusta. Es
increíblemente atractivo. Y joven. Quiero sentirle dentro de mí.
Al
decir estas palabras, escuché como el cura salía de su zona del confesionario y
se acercaba a mi lado.
Abrió
la puerta sin miramientos y me encontró con la cara húmeda por mis lágrimas de
vergüenza y mi falda alzada hasta mi cintura.
Mi
braguita sujeta a un lado y mi dedo corazón acariciando mi clítoris. Paré un
segundo por la sorpresa y después reanudé mi conquista al clímax.
No
nos dejábamos de mirar. Él estaba ahí parado. Petrificado.
Eso
me excitaba mucho más. Así que, no tardé en llegar a mi paraíso personal
mordiéndome el labio inferior para acallar mi gemido.
Dejé
que las repeticiones me invadieran y después coloqué mis braguitas
correctamente.
Me
levanté y coloqué mi falda.
El
cura se apartó a un lado para dejarme salir.
-
Será mejor que no vuelva a esta iglesia.
Acerqué
a su oreja mis labios y dije:
-
Padre, diría que lo siento, pero entonces, mentiría. He tenido un orgasmo
increíble. Y ha sido a causa de usted. Podría haberme parado. Sacado a rastras
de aquí. Pero por el contrario, se ha quedado mirando cómo me tocaba y me
corría. Y por si no fuera suficiente, su polla está dura.- Sonreí en su oreja-
Nos volvemos el domingo padre.
Comencé
a caminar. Pero antes de alejarme más de 7 pasos me giré y le dije más alto
para que las pocas personas que allí había me escucharan:
-
Gracias por escucharme, Padre. Ha sido un placer.
Le
sonreí angelicalmente. Sequé lo que quedaba de lágrimas en mi rostro y me
marché con la cabeza gacha. Como si fuese una buena católica.
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