Mi
respiración era suave, acurrucada bajo las sábanas. Me miraste desde el quicio
de la puerta. Habías salido un momento de la cama, y mientras me mirabas,
rememorabas los momentos que habíamos pasado juntos esa misma noche.
Todo comenzó con un sutil roce de nuestras manos. Hacía un breve
tempo que habíamos empezado a coincidir en la biblioteca municipal, y ya nos
habíamos acostumbrado a estudiar juntos. Pero ese día era diferente. Se palpaba
una extraña tensión en el ambiente que poco tenía que ver con nuestros estudios
o nuestras preocupaciones habituales. La intensidad de tu mirada provocaba en
mí rubor y humedad... No pude evitar devolvértela con la misma intensidad, y al
parecer, mi mirada tuvo en ti consecuencias similares. Alargaste tu mano por
encima de la mesa y comenzaste a acariciar la mía. A partir de ese momento, fue
más bien complicado concentrarse.
Te dije
que se estaba haciendo tarde y que pronto cerraría, pero que aún tenía cosas que
estudiar. Me ofreciste tu casa. Y yo acepté.
El
camino de ida estuvo plagado de las cientos de pequeñas bromas que solíamos
hacernos, pero ambos nos dábamos cuenta de que no fluían con la facilidad
acostumbrada. Estábamos tensos, ansiosos por llegar, por saber qué pasaría al
encontrarnos a solas y sin nadie que nos observara. Ansiosos por saber qué
había detrás de ese roce de manos, que había sido cualquier cosa menos
inocente.
Por fin
llegamos. Hicimos una breve pantomima, tratamos de fingir que queríamos
continuar estudiando. Pronto se hizo patente que eso no iba a ser así. Sentado
a mi lado, comenzaste a acariciarme el muslo por debajo de la mesa. Con
movimientos suaves, comenzaste a levantar mi falda, que no ofrecía resistencia
alguna ante tus manos. Mi respiración, reflejo de la tuya, comenzaba a estar
visiblemente agitada, y mi humedad iba en aumento. Tus labios se acercaron a mi
cuello, besándome justo por debajo del lóbulo de la oreja. Dejé escapar un
suave gemido que dio rienda suelta a tu excitación. Sin levantarte de la silla,
me rodeaste con tus brazos y me mordisqueaste el cuello con suavidad. Yo pasé
las manos por tu pelo, dejando mi cuelo expuesto ante tus labios. Me levantaste
apenas sin esfuerzo y me llevaste a la cama, donde te tumbaste lentamente sobre
mí, mirándome a los ojos. Recorriste mi muslo izquierdo con tu mano, levantando
por completo mi falda, y me agarraste fuerte de las nalgas...
Todos
estos pensamientos están haciendo que vuelvas a excitarte. Recuerdas claramente
mis gemidos, mi atrevimiento, mi forma de revolverme cuando dejé de ser esa
niña tímida que tu pensabas que era, esa que parezco ahora acurrucada bajo las
sábanas de tu cama. Recuerdas mi mirada, lasciva, mientras te comía entero. Y
quieres repetirlo, porque tu miembro se ha despertado del todo y no admite un
no por respuesta.
Así que
te acercas a la cama, y me besas el cuello. Me retuerzo en sueños mientras tus
atrevidas manos comienzan a quitar la sábana y a acariciar mis nalgas desnudas.
Metes una mano entre mis piernas, y compruebas que estoy húmeda. Me miras a la
cara, y ves que me he despertado. Te observo con esa misma mirada lasciva de
hace unas horas, esa que te resulta irresistible, mientras me muerdo un carnoso
labio. Te tumbas sobre mi, despacio, mirándome a los ojos, y sin apartar esa
intensa mirada te cuelas, sin esfuerzo, en mi humedad. Me arqueo bajo tu cuerpo
y gimo contigo mientras saboreas mi calor. Me haces el amor, salvaje, mientras
mis uñas arañan tu espalda y mis gemidos resuenan en tus oídos.
Nos
vamos juntos y nos quedamos dormidos, abrazados. Tú conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario