Siente
que ya nunca más seré la dueña de mi cuerpo...
Danzan los pensamientos,
intensamente, ocupándome la mente, ahora rendida a la evidencia de que las
manos son una bandera que izaré, cuando él se acerque, la carne de su boca y de
su torso. Es la humildad que el deseo trae a los cuerpos que se esperan y se
entregan, el borrarse de los pronombres personales, sumisos cuando ambos se
abandonan a tenerse.
Acepto
la evidencia de la lujuria y su lenguaje. Me tiendo sobre la espalda apenas
cubierta, abro mi pasión a la mañana nueva, descarto negaciones, pudores
ocultos, la faz sin gestos de la absurda hipocresía.
No
importa ya quién soy, bajo mi piel de fuego. Es el deseo, la aceptación de ser
poseída, ser luna duplicada en el espejo de quien llega, lo que mueve su
aliento hasta ser brisa agitada que resbala, de mi boca a mis caderas.
Es
el deseo y la soberanía que ejerce sobre el íntimo latido de mis sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario