A la
mañana siguiente mi hermana salió a prisa y corriendo de casa por una emergencia
en el trabajo. Pensé que Sofía se habría ido con ella, así que fui al baño, me
desnudé y me dispuse a ducharme. Pero tuve que salir al cuarto de mi hermana
porque no había toallas.
- Daría
lo que fuera por despertarme a diario con estas vistas. – Su vocecilla resacosa
me tomó por sorpresa. Sofía estaba tirada en la cama, apoyada en un costado,
sujetándose la cabeza con la mano. Su cabello negro caía en cascada,
contrastando mágicamente con las sabanas blancas. Cuando me di cuenta de que
estaba totalmente desnudo me tape corriendo con la toalla.
- Yo… eh… am… pensé que tu… eh… - me rasque a cabeza de manera
instintiva como si aquello fuera a ayudarme. Ella se tapo la cara con las
sabanas.
- Lo siento, no pensé que fuera a incomodarte tanto. Imaginé que
si te paseas desnudo tan libremente no te importaría el cometario. Lo siento de
verdad. Me iré en cuanto te hayas metido en la ducha. O…
- ¿O
qué? – Se destapó la cara lo suficiente como para que se le viera aquella
sonrisa picarona.
-
Podría ducharme contigo.
- Mi
hermana me mataría. – Se puso de rodillas sobre la cama. Llevaba puesta la
misma camisa que la noche anterior. Se desabrochó un botón.
- ¿Se
lo vas a contar tú?
- No le
voy a contar nada. Porque no va a haber nada que contar. – Se desabrochó otro
botón. No creía ni yo mismo lo que acababa de decir.
-
¿Seguro? – Aquella sonrisa, la mirada. Cualquier persona en su sano juicio
hubiera dicho que si.
- No.
Se
dirigió a la puerta del dormitorio. Dejo caer su camisa quedándose en tanga.
Era una chica con curvas preciosa. Cuando salí en su búsqueda encontré su ropa
interior en el pasillo.
Gracias
a que había dejado el grifo abierto el agua ya estaba caliente, aunque dudo
mucho que más que yo. Ella me esperaba ya dentro de la ducha, lo
suficientemente grande para los dos. Me tendió una mano y cerró las puertas
tras de mí. Nos quedamos durante unos segundos mirándonos. Se mordió un labio.
Rozó mis manos. Y simplemente no fui capaz de esperar más. Nos metí a ambos
debajo del agua. Puse mis manos alrededor de su cara, sujetándola con fuerza, y
la besé. Ella coloco sus manos en mi espalda, pegándome más a ella. Podía
sentir sus uñas clavándose en mi, pero me daba igual. Notaba como cada vez
estaba más duro. Sofía se movió hacia atrás, pegándose a la pared. Coloqué
las manos una a cada lado de su cabeza.
- Luis… cógeme.
Aquellas dos palabras terminaron por volverme loco. La tomé por
las caderas y le di la vuelta. Con mi pene sobre sus nalgas me pegué a ella. Le
mordí el lóbulo de la oreja y le besé el cuello.
- Apóyate en la pared, no quiero que te caigas pequeña.
Ella
puso sus manos obedientemente contra la pared. Puse mi miembro entre sus
piernas, rozando sus labios. Colé una de mis manos entre sus pechos y otra
entre sus piernas. Mientras pellizcaba sus pezones, jugaba con su clítoris y
movía mi pene entre sus piernas. Cada vez estaba más duro y más caliente. Si
hubiera seguido así era muy posible que me hubiese corrido en aquella postura.
Sofía hecho su cabeza hacia atrás, colocándola sobre mi hombro. Sus gemidos me
invitaban a seguir.
- Luis…
por favor… te lo ruego… cógeme.
No le
hizo falta decírmelo otra vez. Nos eché un poco hacia atrás para poder acceder
mejor a ella. Puse mi pene justo en la entrada y la rocé suavemente. Quería
torturarla un poco más. Alargarlo. Pero cuando tuvo la punta en el sitio
exacto, con un movimiento Sofía hizo desaparecer mi pene entre sus piernas. Se
movía de una manera espectacular. Me incliné hacia adelante para poder
masturbarla mientras la dejaba hacer. Bajo el agua, entre gemidos me corrí. Con
mi pene todavía dentro seguí masturbando a Sofía hasta que segundos después se
corrió...
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